–¡Abuelito! –gritó la niña que corría a sus brazos. Él se hallaba distraído viendo cómo se movían las figuritas de sombras que el sol de la tarde proyectaba en el suelo al pasar entre las ramas. Era algo que lo divertía. Durante toda su vida había caminado entre los árboles de ese parque.

–¡No lo vayás a lastimar! –le gritó la madre desde atrás.

Él apartó la vista del camino y sonrió al ver a la niña.

–Hola pequeñita –le dijo– hoy te tengo algo –y sacó del morral que llevaba, una cajita hecha de tablas de madera, como las empleadas para transportar fruta y dentro de esta, una canasta llena de huevitos de chocolate envueltos en papel aluminio–. Pero no te los vayas a comer todos –concluyó sonriendo.

–¡Papá! –objetó la madre– no le des dulces. Después ya no va a comer.

Se sentó en la raíz de un árbol, veía de reojo a Mamá y al Abuelo en una banca. Esperaba a que no la vieran para extraer de su caja y de manera furtiva, un chocolate. Y de nuevo veía al Abuelo; y de nuevo a la madre; y sacaba otro chocolate; y luego otro.

A lo lejos oye a su madre. Le gritaba: “¡No te los comás todos!”, “¡Te estoy viendo!”. Pero eso ya no le importaba. El cálido día hace que se aguaden. Tampoco le importaba estar embarrada. Se chupaba los dedos. Estaba pegajosa.

Un aleteo la distrajo. Vio a un pájaro color marrón volar por encima de su cabeza y pararse sobre una rama. Se ven mutuamente. Este canta y se va volando, ella lo sigue con la vista. El sol es cálido y empieza a atardecer. Mas allá de la cerca que limita el parque, solo se ve el esqueleto de metal de un edificio que va surgiendo de entre los techos de las casas de campo.

–Cariño –le dice el marido, sacudiendole el hombro. Por un instante no supo donde se hallaba. ¿Sentada en la raíz de un árbol? No, estaba recostada en su mesa de dibujo–. ¿Estas bien? Te estaba preguntando si vamos a ir a la construcción. Ya son las dos.

–Si –respondió con un bostezo. Tenía que estar allí para recibir la maquinaria y empezar las obras al día siguiente–. Van a llegar hasta las cuatro.

–Pues deberíamos apresurarnos, el trafico se pone pesado.

Qué sueño tan extraño, pensó durante todo el camino de ida. O ¿Fue un recuerdo?

Esa tarde se pasó en una casita prefabricada, que haría de oficina para la obra. Se revisaron trámites y contratos. Se verificó que todo esté a punto para el inicio de la excavación de los cimientos. En el centro de la pequeña sala, se hallaba la maqueta, que aún con su reducida escala, daba la sensación de grandeza de aquel imponente edificio que surgiría en el horizonte. Al salir la vio y pensó que era su mejor diseño y no podía esperar para verlo hecho realidad.

Ya la tarde caía y los pequeños rayos de sol se filtraban de entre las siluetas de los edificios aledaños. Era un cálido sol de octubre. A lo lejos se podía ver a los trabajadores haciendo sus últimos preparativos para dar inicio a las obras.

El enorme sitio estaba rodeado de una improvisada pared de lámina, la sensación de vacío le hizo sentir muy pequeña. “Como una niña”, pensó. Algo faltaba en ese lugar. Algo se había perdido y no podrá ser encontrado nunca más. La brisa le movió el cabello.

Y sintió el agua fría de la fuente, donde Mamá la lavaba tratando de quitar las manchas de chocolate de la bonita blusa.

–Anne –le dijo una voz que venía del otro lado de alguna galaxia distante. Y al ponerle la mano en el hombro la sobresaltó–. Sé que estás nerviosa, pero cálmate –le dijo su marido abrazándola.

Ella solo sonrió, no eran nervios, era algo más, pero no sabría decir qué. Se apartó de él y juntos caminaron de la mano al área que serviría como parqueo los próximos meses. Un ave cantó. Se detuvo de golpe y volteó. Allí estaba el pájaro color marrón, parado sobre un a excavadora.

Un instante antes de subir al auto se detuvo y vio al enorme predio vacío. El pájaro volvió a cantar y oyó como agitaba las alas al volar. Y a su alrededor los edificios dieron cuenta del pasar del tiempo.

Al girar se percató a lo lejos a unos trabajadores alrededor de un árbol. El último de aquel antiguo parque. Estaba siendo medido. “Pronto lo cortarán”. Y sus ojos se llenaron de lágrimas, aunque no sabría decir por qué.

Fin.

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