La tormenta caía sin avisar en aquel viernes, en el que yo observaba a la calle desde la ventana de mi solitaria oficina en el segundo nivel de un descascarado edificio, que es todo lo que mis escasos ingresos me permiten pagar. El espacio amueblado con un escritorio y un viejo sillón color verde oscuro de imitación de cuero, desgastado en los reposa brazos, roto en partes del respaldo, un par de sillas de madera, una librera que hacía las veces de archivo y en lo alto, un foco de luz blanca, le daban al conjunto el aspecto más lúgubre que cualquiera verá en su vida.

Al oír el inesperado chubasco de la tarde, veo por la ventana. Afuera los desprevenidos transeúntes corren para refugiarse. La engañosa mañana había sido soleada pero, al llegar la tarde se oscureció, como si apagaran el sol de golpe.

Del otro lado de la calle en la parada del transmetro se refugia una fauna citadina, de lo más variopinta. Un señor de unos sesenta, con un periódico bajo el brazo, un joven de unos veinte con un estuche de guitarra al hombro, una señora con su delantal malhumorada regaña al niño de unos diez que ríe. Al pasar el gusano verde el cielo se vuelve más oscuro.

Veo la pantalla de la computadora. Bostezo. Tomo un sorbo de café. La lluvia parece nunca acabar. Me arden los ojos al cerrarlos. Ya no leo bien la carta que escribo las letras negras danzan en su blanco fondo. Quiero continuar. Pero los párpados se van cerrando.

Volteo a la calle, ahora desierta. No. Una chica se refugia en la parada, tiene un uniforme gris, la brisa le mueve el cabello negro que llega a los hombros. Está recostada en el barandal. Tiene los ojos cerrados, parece disfrutar del viento. La observo. El timbre de mensajes del teléfono rompe el monótono ruido de la lluvia. Es de mi novia. Teníamos planeado salir esa noche. Se retrasará debido al temporal. Le respondo un escueto “ok”.

Miro de nuevo a la parada. La chica me mira. Al menos creo que ve directamente a mi ventana. Los ojos negros me atraviesan, es imposible, está muy lejos. Por instinto sonrío. Pienso lo tonto que me he de ver, en la oficina sonriendo a la parada ya que está a una considerable distancia, además la lluvia arrecia. No creo que realmente pueda mirarme. Ella sonríe mientras se pasa una mano por el cabello mojado. Tiene frío, me digo. Me da la impresión de que tiembla, probablemente me lo imagino, a esta distancia no puede ser otra cosa que mi imaginación.

Por fin decido bajar e invitarla a pasar. Al llegar a la puerta le hago señas para que se acerque. No pasa ni un auto, la calle esta desolada. La cruza casi flotando, la invito a pasar. Subimos por las escaleras con barandal de madera, cuando un relámpago apaga la bombilla amarillenta del rellano. En la penumbra caminamos a mi oficina. En el viejo cuarto solo el pitillo del UPS y el brillo de la pantalla dan señales de vida. Corro a apagar la computadora.

Con la tenue luz que entra por la ventana, veo cómo se quita la chaqueta gris mojada y la deja caer pesada al piso. Balbuceo alguna frase mientras saco la pequeña toalla del baño, al acercarme percibo el delicioso olor a flores de su perfume. No sé calcular la edad, entre dieciséis y veinte. No sé si me habló, supongo que si lo hizo, pero no recuerdo que dijo. Mi respiración se volvió más profunda, fuertes golpes en el pecho debido a que mi corazón se esforzaba en hacer su trabajo. Si de lejos su mirada me atravesó, de cerca sus ojos me envolvieron de pies a cabeza, el mundo dejó de existir. Sus labios entreabiertos temblaban. La blusa blanca transparenta su cuerpo. El ruido del celular volvió a sonar. Pero no le presté atención, ya mis brazos la rodeaban y los de ella a mí.

El estrépito de la bocina de una camioneta me despertó, estaba recostado en el sillón. El sonido del celular hizo que me levantara. Volteé a todos lados. Me encontraba solo. La calle estaba atestada de carros. La luz azul de la tarde-noche contrastaba con el alumbrado público. La gente abarrotaba la parada del transmetro.

No llueve.

La oficina está vacía. La voz de mi novia me pregunta si ya voy a salir. Me espera en un pequeño café a dos cuadras para tomar algo antes de ir a algún lado.

Fin

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