Por Rogelio Abac

Los motores de antimateria que impulsan la nave en su silencioso viaje de seis meses entre Marte y la Tierra, casi no requerían mantenimiento. Las computadoras internas realizaban los complejos cálculos para mantener la ruta. Mientras, el único tripulante del carguero pasaba el interminable contar del tiempo con todo tipo de entretenimientos, películas, series, libros, sala de ejercicio y la rutina de verificar el óptimo funcionamiento de los equipos. Todo era automático. Sin embargo, por ley se debía tener al menos un tripulante humano, según decían, por cuestiones de seguridad. Aunque ya no se tenía ni recuerdo del último accidente.

Este viaje en particular iba tan bien que llevaba casi tres días adelantado.

En aquel carruaje que viaja por la inmensidad del cosmos, el tiempo parecía alargarse. Los minutos eran eternos. Por las ventanas, solo la estática imagen de infinidad de estrellas.

De vez en cuando, el ocasional bip del sistema de posicionamiento rompía el silencio. Pocas personas tienen la fuerza de voluntad, el valor o la necesidad de hacer el largo y solitario viaje. Él no era ninguna excepción. Su mujer terminó por dejarlo. Al regresar a casa, vio el rostro de ella lleno de lágrimas. Tristeza y furia. No había estado allí, nunca lo estaba. Esa mirada de reproche no la olvidaría jamás.

Ahora los años pasan entre los interminables y oscuros callejones del carguero, como las almas que deambulan en los viejos castillos y en las casas embrujadas de los cuentos que solía leer de niño y que, en su triste ilusión, había llegado a creer que se los leería a su hija.

Ya nada de eso importaba.

Fue a medio viaje, no sabía en que día exactamente, cuando escuchando una de sus canciones favoritas, le sobresaltó la alarma del sistema de detección de objetos extraños (SDOE), que estaba programado para detectar cualquier anomalía no prevista en el viaje. Regularmente eran otras naves en ruta, ya que prácticamente todo estaba contemplado por la inteligencia artificial. Más el error humano jamás ha sido controlado. Lo que le hace gracia al recordar las normas de seguridad y la obligación de que exista al menos un tripulante. Alguien a quien culpar.

La alerta zumbó junto con una luz roja, en el panel izquierdo de su puesto de mando. Al presionar en la pantalla principal, la señal SDOE desplegó un mapa tridimensional del área aledaña a la nave. En este se localizaban las posiciones de los asteroides más cercanos y el objeto que se encontraba a unas quinientas millas de distancia, fuera de su ruta.

Lo aburrido y monótono del viaje, lo convencieron de investigar, solo se apartaría un par de horas, se dijo. Tenía tiempo de sobra para una breve exploración. Por lo que apagó los motores principales, y se quedó con los secundarios que servían para realizar maniobras específicas en los puertos.

Poco a poco se dirigió al objeto. Efectivamente, era una nave abandonada, un enorme cilindro de metal, un poco menor que la suya. Flotaba sin dirección fija, tarde o temprano se estrellaría contra un asteroide o quedará atrapada en alguna órbita, pensó. Aunque no era muy común, o al menos a él nunca le había pasado, sí se daban casos de encontrar este tipo de naves fantasma a la deriva.

Al irse acercando, la computadora reconoció el nombre y serie. Tras unos instantes en la pantalla principal fue apareciendo:

GTDK-00233423 – THÁNATOS. Nave de exploración. Modelo DEIMOS…

Último registro: y.2293 ruta TIERRA-MARTE 33SR. Retorno.

Cargamento: -desconocido-

Tripulación:

Capitán: Malcom, Joxs.

Oficial: Tian, Claris.

La nave tenía doce tripulantes para su mantenimiento, era muy antigua. Sonrió pensando que ahora solo una pequeña computadora se encarga de todas las labores de esos tripulantes.

Tal vez, llevaba una carga muy valiosa. Aunque lo dudaba, de haber sido el caso no hubieran dejado que se perdiese. Probablemente, era un recolector de muestras para determinar qué minerales se podían explotar de algún asteroide.

Ya cerca, se activó el proceso automático de acoplamiento. Al ser un viejo modelo no pudo crearse un puente directo, únicamente se fijaron de tal manera que ambas naves no se apartaran. Este pequeño inconveniente lo obligó a salir con su traje espacial y entrar a través de la escotilla de abordaje. Dado que no se marcaban señales de vida. Pensó que si no podía abrir con la manivela externa, rompería la puerta con un láser. Pero no fue necesario, resultó muy sencillo abrirla, no tenía ningún desperfecto. Sin embargo, dentro de la nave no había oxígeno. Le pareció un sitio lúgubre. Solo los focos que llevaba en el casco eran la única fuente de luz.

Al entrar, recorrió el pasillo que comunicaba el área de abordaje a un amplio espacio, con sillones blancos en semicírculo frente a una pantalla. Una sala de espera –pensó–. Aquella nave era muy distinta a la suya, esta albergaba a más personas.

Le sobresaltó al encontrar el primer cadáver. Era la momia de una mujer, suspendida en medio de la sala, sobre los sillones. Hace mucho que el sistema de gravedad artificial había dejado de funcionar. El espectro deambulaba en silencio. Al no existir corrientes de aire le daba la sensación de estar plácidamente dormida, a pesar de las décadas que debía estar allí.

Se dirigió a otra puerta, que se abrió sin dificultad. En el monitor de su casco, se mostraba un modelo tridimensional del interior de la nave que iba revisando constantemente para no perderse, en los intricados pasillos interiores y las enormes bodegas vacías. La soledad a su alrededor lo ponía nervioso.

Otro cuerpo más en una habitación sobre una mesa. Qué podría haber pasado. No lo sabía, pero era posible que un accidente los dejara incomunicados y a la deriva hasta que se quedaron sin oxígeno. Ahora es casi imposible que algo así ocurra, miles de sistemas y dispositivos van ubicando a los cargueros en toda la ruta. Pero en los viejos tiempos no era tan sencillo, por lo que ya no pudieron ir, ni a Marte ni a la Tierra. Y fueron muriendo uno por uno.

Fue contando cadáveres hasta llegar a los once, unos con sus trajes, tratando de sobrevivir hasta el último momento, otros simplemente acostados en sus camarotes, resignados al inevitable final.

Una angustia le invadió el corazón mientras se acercaba, pensó en las familias que quedaron esperando.

Un cementerio ambulante, ese era el destino de los que hacían el interminable viaje entre la Tierra y Marte, pensó con desagrado que también será el suyo. Solo su respirar le recordaba que no era uno de esos cuerpos, o quizá sí lo era y nadie se lo había dicho.

Faltaba un tripulante, estaría en la sala de control. Así que la buscó dentro de aquel laberinto.

Tuvo un poco de dificultad para abrir la última puerta. Allí estaba. Sentado en su puesto de mando.

Al ver al capitán un fuerte dolor en el pecho hizo que retrocediera. No lo soportó más, un nudo en la garganta ahogó sus gritos. Cayó contemplando la imagen que se presentaba ante él. Las lágrimas contenidas por años brotaron. Trataba de ordenar sus pensamientos, más no podía. Lo que vio, le trajo el recuerdo de su esposa y del día que regresó después de casi dos años de ausencia. De sus gritos, de sus reproches. A su ida, una mujer embarazada, la felicidad y la esperanza de vida y a su vuelta, un corazón destrozado y una pequeña tumba.

Joxs abrazaba una muñeca.

Entonces se vio a sí mismo en ese sillón, se dio cuenta de que los años lo habían convertido en uno de esos cadáveres que respiran y vagan sin rumbo. Por mucho tiempo estuvo contemplando su propio futuro. Hasta que el bip de alarma del traje le indicaba que solo tenía el tiempo suficiente para volver a la nave.

Diez minutos después, se desconectaban los potentes magnetos que mantenían estable el imperfecto acoplamiento.

En la cabina de mando, volteó a ver por última vez al THÁNATOS perderse en la oscuridad.

Con un zumbido se encendió el motor que lo llevaría de nuevo rumbo a la Tierra. Que para él, solo era otro lugar a la deriva.

Su mente oscilaba entre la vida y la muerte. Una vida vacía como el mismo mar de estrellas o una muerte sin propósito, en la más absoluta soledad.

Mientras el lento viaje prosigue, no puede apartar de su mente la imagen de aquellos ojos de plástico. La mirada de aquel juguete, que al igual que él, tampoco encontró su camino a casa.

Fin.

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